sábado, 19 de marzo de 2011

Mi vecina Dolores

Cuando escucho hablar a mi vecina, comienzo a imaginar cuales podrían ser los hechos de la vida que la han convertido en lo que habla. Siempre que la veo salir de su casa parece estar apurada y enojada. Con la única persona que parece tener algo de empatía es conmigo, debe ser porqué cada vez que nos hemos encontrado es ella quien habla. A Dolores le encanta escucharse y convencerse de cada una de sus ideas, yo generalmente le respondo, Puede ser, Quizá, No estarás exagerando mujer! etc.

La última vez que la oí, hablaba de lo importante que era poner un visillo blanco en la ventana, pues si no se hacía, el color verde de la cortina se vería chulo desde otra casa. En ese momento, recordé que había amarrado mi cortina color burdeos a unos clavos, y pensé que se trataba de una indirecta.

Pero luego agregó que había visto un vecino en un Mercedes Benz (no recuerdo el año, pero era uno antiguo) que la había abordado para ofrecerle sus servicios como abogado; lo relevante del relato era que según sus palabras: “Un gallo agrandado que andaba en un auto como ese era un muerto de hambre charlatán”. Solté un “Pfff“cerré mis ojos para evitar el lagrimeo que me provocan los comentarios  ridículos, y prosiguió:
- Y qué decir de la piscina que instalaron para los niños… es una mugre. No sé como los padres de esos niños no son capaces de enseñarles modales. Dejan las toallas y la ropa tirada por todos lados, parece piscina pública. Recuerdas la vecina del 240, pues el otro día se asomó por la ventana en puros calzones, y que crees que hice, fui a vomitar al baño y llamé a los Carabineros. Es una cerda.
Mientras mis oídos vírgenes tragaban este concierto de barbaridades, respiré hondo y me transporté a la infancia de esta mujer. No encontré nada en absoluto.
En tanto seguía hablando, viajé a su adolescencia y adivinen que encontré. Nada. 
- Y la otra noche, la gorda del 256 tenía la casa de puta, esa mujer es lesbiana. No sé cómo puede tener tanta personalidad, lograba escuchar lo que hablaba con sus amigas y todo incluía sexo, sexo y más sexo. ¿Puedes creerlo?
-Sí, dije.
- ¿O sea que lo sabías? ¿Y por qué no me contaste? Bueno, olvídalo. Te sigo contado. ¿Recuerdas a Felipe? Pues lo vi con otra mujer. Te apuesto que era su amante.
- Pero como se te ocurre, no lo creo.
- Que ingenua eres, ¿Tú crees que un hombre va a aguantar no tener sexo sólo porque su mujer está en silla de ruedas? Pobre mujer, que se sentirá estar postrada y saber que tu marido está contigo por lástima. No, no, no querida. Esa era su amante, si vi como le agarró el culo cuando subieron al auto. Le enviaré una carta anónima a su mujer dando aviso que su esposo la engaña.
-Pero cómo se te ocurre…
Luego de ese comentario-puñalada traté de imaginar que mierda podía estar ocurriéndole en la vida que sólo tenía comentarios desafortunados. No había nada que pudiera darme una señal.
- ¿Quieres beber un té? me dijo.
- Sí claro. Pero creo que debemos hablar cosas más positivas, por ejemplo del evento que realizará Constanza para reunir fondos en nombre de su hijo enfermo.
- Que bueno que tocas ese tema, me parece una vergüenza estar mendigando. Pasa y siéntate.
Era primera vez en 5 años de conocernos que Dolores me invitaba a su casa, es más, creo que soy la única persona que he visto pasar por el umbral de su puerta.
De pronto fue a la cocina por el té, y sola en el living pude apreciar con exactitud el porqué de todas mis preguntas. Dolores era una mujer solitaria, vivía con 7 gatos que parecían enfermos. No había ningún retrato familiar en su biblioteca y tampoco un televisor. Su hogar parecía más bien un árbol caído por los años, y el olor a gato pudriéndose me hacía sentir lo horrible que debía ser vivir junto a ella.
De pronto, escuché un aullido aterrador que provenía de una habitación. Me adelanté por el pasillo.


- Querida, ¿a dónde vas? preguntó Dolores.
- Pues al baño a lavarme las manos.
- Al fondo a la derecha. ¿Quieres galletas?
- Sí claro.
Desde la cocina escuchaba que habla de no sé quién, y yo le respondía - No me digas.
Caminé hasta el fondo del pasillo y entré al baño. El chillido desconsolado no paraba de atormentarme. Decidí arriesgarme, no podía salir de ese lugar sin saber qué diablos era ese sonido.
Agarré la manilla bien fuerte, cerré los ojos y al empujar la puerta escucho un grito.
- ¡¿Adónde vas?! exclamó Dolores- Cierra esa puerta si no quieres que te pegue un tiro maldita mujerzuela!

Quedé paralizada. La miré y vi que me apuntaba con un arma, la mano le temblaba y su frente estaba empapada de sudor.
- Cálmate- le dije. Cerré la puerta y  caminé hacia ella.  Baja el arma por favor, no me hagas daño.
- Discúlpame, no quise asustarte. Sucede que detesto la gente que se inmiscuye en mis cosas, no lo vuelvas a hacer.
- Dolores, de veras perdóname.
Nos sentamos y Dolores sirvió el té. El sonido del aullido rebotaba en las paredes del lugar, no me atrevía a preguntarle de que se trataba. Ella sólo hablaba y hablaba de todo el mundo con su voz potente y perversa. Mientras yo bebía mi té, trataba de imaginar qué o a quién estaba en ese dormitorio, mis ojos se desviaban inmediatamente hacia la pieza cuando Dolores apartaba su mirada de mí.
- Y cuéntame Dolores, ¿alguna vez te casaste?
Un silencio álgido invadió el lugar.
- No-dijo- Tampoco me interesa. ¿Por qué la pregunta?
- Sólo curiosidad, dije.
- No seas curiosa querida, recuerda el viejo refrán: “La curiosidad mató al gato”.


Y cuando acababa de terminar de decir eso, un fuerte golpe se sintió venir del pasillo. Un sonido tan potente como si algo cayera desde gran altura.
- ¡¿Qué fue eso?! exclamé levantándome de la silla.
- Nada, nada querida. Debe ser el gato que botó el florero, siéntate por favor.
Me agarró de los hombros y me sentó con fuerza. En ese momento terminé de convencerme, que ese día no acabaría como quisiera. Dolores retiró las tazas y trajo un pequeño con un licor rojo.

- Toma. Bebe y disfruta.
- No gracias, no quiero.
- Bebe te digo. No me hagas enojar querida, sabes que no tengo buen humor.
- Es mejor que me vaya Dolores, debo ir al supermercado.
- ¡Que acaso no te das cuenta que no saldrás de esta casa!-gritó. ¡Crees que soy estúpida, eres una mujerzuela como todas! Ahora vas a ver.
De pronto, mi corazón comenzó a bombear a mil por hora. Me daba trabajo respirar y mis manos estaban sudadas. Dolores sacó el revólver, y de un cajón agarró unas esposas.
- ¡Colócatelas!
- Pero que dices. Dolores no hagas esto, no juegues.
- ¡Cállate estúpida! Haz lo que digo o te mató ¡¿entendiste?!
Amarré mis manos y mis pies. Dolores caminada de un lado a otro golpeándose la cabeza. Murmuraba. Puso triple cerrojo a la puerta, cerró las cortinas y cortó el cable de teléfono. Había amenazado que si gritaba o intentaba escapar no dudaría en acribillarme por la espalda.

- Ahora eres feliz, ¿cierto? ¡Maldita, maldita, maldita!
- Cálmate Dolores, no entiendo que te hice. Somos amigas ¿recuerdas?
-¿Amigas? Maldita bastarda, jamás has sido mi amiga. ¿O crees que no te he visto hablar con los demás de mí? Seguro y les dices que estoy loca, que hablo estupideces, que soy una solterona y mal nacida.
- ¿Cómo crees? Jamás he hecho algo así. Vamos suéltame y olvidamos este episodio.
- ¿Olvidar? ¿Olvidar dices? ¡Yo nunca olvido oíste! ¡Abre la boca!
- ¡No por favor Dolores!
- Ábrela o te entierro un maldito clavo en la cara. Ábrelaaaa!


Obviamente que hice lo que me pedía, metió un pedazo de ropa en mi boca y fue al final del pasillo. Sentí que abrió la puerta de un dormitorio y escuché aquel aullido aterrador. De pronto, los gatos comenzaron a maullar. Dolores comenzó a hablar con alguien, traté de poner atención pero era inútil, los gatos no paraban de hacer ruido. Desde la habitación se escuchaban golpes, vidrio rompiéndose, cosas que caían al suelo y gritos de desesperación.
No había dudas, en esa habitación Dolores ocultaba a alguien. 
- ¡Querida, querida, querida! ¿Cómo te sientes? Tienes un aspecto que te encargo.
Tenía razón, el licor que había bebido seguramente tenía algún somnífero, me sentí adormecida y cansada.
- Espero que entiendas querida, que no era mi intención hacerte daño. Si no hubieras metido tu nariz en lo que no te incumbía, nada de esto estaría sucediendo.
Los gatos dejaron de maullar. Y de pronto, salieron corriendo hacia el pasillo.
- Es hora de que sepas la verdad querida. Tú no saldrás de aquí. ¡Nunca!
De pronto, alguien tocó a la puerta. Dolores de un solo salto me montó sobre su hombro, yo no pude siquiera hacer un sonido. Estaba completamente dopada. Me encerró en una habitación y cerró la puerta. Sin desearlo, me quedé dormida.



No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Intenté levantarme pero fue imposible, estaba amarrada a la cama. Levanté mi cabeza para ver que había a mí alrededor y vi a Dolores sentada en un pequeño sillón leyendo un libro.
- ¿Cómo dormiste querida? ¿Tienes hambre? No te preocupes, te desamarraré y comerás algo con nosotras en la mesa.
¿Con nosotras? Dolores agarró una jeringa y me inyectó una substancia que me relajó.
- Ya verás querida, te daré de comer como a una bébé.
Me sentó en una silla de ruedas y me llevó al comedor. Ahí se encontraba otra persona en silla de ruedas y con las manos atadas a la mesa.
- Te presentó a ¡“Putita”! 
La agarró de la cabellera y levantó su cabeza con dureza. ¡Dios mío! Era Paula, la esposa de Felipe, de quién ella sentía mucha lástima por estar postrada en silla de ruedas.
- ¿Puedes creer querida, que esta mujerzuela se ha atrevido a vomitar la comida que he preparado con tanto cariño? ¡Come rata de mala muerte!
Dolores sacó el trapo que había puesto en mi boca y me sentó frente a frente a Paula. Pobre, tenía llagas por todos lado, los ojos en tinta y un trozo de labio colgando. No lograba entender que sucedía. Dolores era una mujer malhumorada y solitaria, pero jamás imaginé que fuera tan perversa. ¿Qué quería de nosotras?



Era de noche. Dolores nos había bañado a Paula y a mí. Nos mantenía sedadas y amarradas. A la silla de ruedas. De pronto, sentí que tocaron a la puerta, pero desde el dormitorio era muy difícil ver cualquier cosa. Me di cuenta que ella encerraba a Paula en su dormitorio y a mí en el de enfrente. 
- ¡Felipe mi amor! exclamó.-escuchaba como se besaban. No lo podía creer, que era todo esto.-Ven a ver la sorpresa que te tengo. 


Entraron en la habitación y con una gran sonrisa Dolores le dice:
- ¡A nuestra vecina!
- Pero Dolores que has hecho. No te das cuenta que era un secreto. Cómo puedes ponerme en riesgo, ¿no ves que la Policía ha ido a mi casa a hacerme preguntas sobre el robo?
- La policía no ha venido aquí, dijo Dolores. Y que yo sepa esta es tu casa o me equivoco!  dijo enervada.
- Sí, sí lo que tu digas, ahora inyecta a esta mujer y sírveme de comer.
Y dormí durante muchas horas.

 No sé cuántos días pasaron. Sólo sé que escuchaba golpes y a Dolores gritando de placer. 

De pronto, en medio de la oscuridad apareció Felipe.
- Cómo estás vecinita, susurro en mi oído.
Intenté gritar pero fue inútil.
- No hagas esfuerzos inútiles, preciosa.
Y comenzó a tocarme lentamente por todos lados. Comencé a llorar y a pedirle por favor que no me hiciera nada. Me jaló de la  cabellera y comenzó a besar mi cuello. 



 - ¡Qué haces maldita perra! gritó Dolores desde el umbral de la puerta.
- No la golpees amor, es culpa mía.


Dolores me dio un fuerte golpe en el estómago y salió junto a Felipe de la habitación. No podía parar de llorar. Desde la habitación  podía oír como Dolores y Felipe festinaban maltratando a Paula.


Al cabo de varios minutos Dolores regresó a la habitación, prendió la luz y dijo:
- Querida, no sabes en el problema que te has metido. Eres tan bella y no sabes cómo lo detesto. A pesar de ello, te regalaré algo maravilloso, algo que jamás hayas imaginado.
Y sacó el género de mi boca.
- Pero Dolores, susurré. No me debes nada.
- ¡Cá-lla-te!, gritó.
Sacó del velador una tijera y otra herramienta que no logré divisar por mi estado adormecido.
- Ahora querida, quiero entregarte una enseñanza. Abre tu boca y saca tu lengua.

 

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